MOVIMIENTO LACANIANO - MVD - URUGUAY
  CUERPO
 




Cuerpo y psicoanálisis

por Marcelo Augusto Pérez



René Magrite - Intermission


Entre profesionales de las distintas escuelas psicológicas; suele caerse en una discusión a veces banal y muchas, paradójica. El eterno dilema tiene forma de pregunta: ¿excluye el psicoanálisis al cuerpo?

El título de ésta columna tiene un conectivo de conjunción; y no ciertamente por azar. El psicoanálisis no puede pensarse sin el cuerpo: sin el cuerpo del analista y sin el cuerpo del analizante: bien se podría sino analizar por teléfono. Pero hay un cuerpo ciertamente diferente al pensado por la medicina.

La medicina, ya desde sus orígenes, ha aprendido a interesarse por un cuerpo de órganos, de células, un cuerpo que se presta, ya muerto, al servicio de un discurso científico y, ya vivo, al goce de ese discurso.

Si desde la medicina el objeto de estudio es el cuerpo biológico; desde el psicoanálisis el cuerpo está atravesado por dos ejes que nada tienen que ver con el plano de lo Natural: el Lenguaje y la Sexualidad . El cuerpo es un cuerpo erógeno, sin instinto, atravesado por la estructura previa del lenguaje. Y digo previa puesto que, para nosotros, primero está el lenguaje, luego el sujeto. El cuerpo, como todo lo que concierne al mundo humano, es una construcción que hace el sujeto desde su nacimiento.

El cuerpo biológico tiene sexo. En la Naturaleza hay un saber-hacer-con. El cuerpo, para el psicoanálisis, tiene sexualidad. No podemos hablar de un saber-natural. No hablamos de instinto, sino de pulsión. Este esquema aleja al psicoanálisis de un mero discurso científico y lo lleva al plano de la Poesía, del Arte.

El sujeto, sujetado al universo simbólico del lenguaje, es pulsional. Esta pulsión, comprometida con el descubrimiento Freudiano del inconsciente, se expresa en el momento discursivo a través de la palabra. Como dirá Lacan , “el cuerpo es un regalo del lenguaje ”. El lenguaje queda entramado en la sexualidad y, más que como herramienta de comunicación, aparece como un sistema de prohibiciones. La prohibición del incesto (esto es, para nosotros, el Edipo) que, como dice Lévi-Strauss, es más una regla del don que de prohibición, permite la circulación de hijos, de bienes, de mujeres... y de palabras.

Si decimos que Sexualidad y Muerte son dos variables propias del ser humano ( los animales no “saben” sobre estos temas y el humano nada quiere saber de ellos ), debemos pensar que la representación de estas variables tiene sentido sólo en el espacio de un cuerpo. Hay un cuerpo que sabe más de lo que dice y que ese saber lo representa en forma de síntoma. La histérica, que podríamos decir “inventó” el psicoanálisis, bien sabe de eso: hace significar un cuerpo. Un cuerpo de goce. Y no digo placer. La “histérica” dice NO a la medicina, y nos pide a gritos que escuchemos su síntoma .

la medicina. que poco puede decir del dolor, responde a la demanda del paciente y vía farmacología, tapa el síntoma y lo antes posible, para callar al dolor... Callando al dolor, calla al paciente y las palabras quedan encerradas en ese continente corporal que hablará de todos modos...

Hay en esto una implicancia clínica: no es lo mismo una psicoterapia en donde se engorda el Yo del paciente (propio de las tendencias del Norte que ahora llegaron al Sur) que encarar un psicoanálisis, donde el cuerpo (recostado en una metáfora plena de sexualidad) “hablará” de su padecimiento. Hacer un psicoanálisis no es ir a tomar un té con la tía que nos dé consejos de cómo “conducirse” en la vida. Porque, entre paréntesis, un diploma no autoriza a aconsejar a nadie.

En psicoanálisis, un síntoma tiene estructura de lenguaje. Es, como un sueño, un fallido, un olvido; un significante que se está diciendo ( y hablo en presente para quienes creen que el psicoanálisis trata del pasado ) para ser escuchado dentro de una cadena discursiva.. Porque lo inconsciente no es lo subterráneo, no depende de la conciencia, no es el subconsciente, no es psicología profunda. Es lo psíquico real y está en la cadena del discurso, ese discurso que el analizante dice sin saber de qué habla y, a la vez, diciendo lo que no quiere.

El psicoanálisis nace cuando se comienza a escuchar las voces del cuerpo: un cuerpo atravesado por una sexualidad que se organiza en el sujeto ; que también se construye. Sexualidad que es un punto de llegada, no de partida. Esta organización es un acto Complejo. Y no hay un saber sobre la sexualidad. Afirmar un saber, sería alienarse al discurso de la sexología, o de la pediatría, o de la medicina en sí. Sería afirmar el instinto.

El dolor que el sujeto trae es un dolor corporal: está instalado en el cuerpo. Sesión tras sesión, encuentra un espacio de sonoridad subjetivo, único, que lo atraviesa y lo re-significa. Su síntoma no es para catalogarlo o buscarlo en un manual clasificatorio. Es para ser escuchado. Sólo se le pide una cosa: hable . El Cuerpo, gran reserva de goce y de saber, hace suyo el discurso de lo inconsciente: cabe a la clínica psicoanalítica, interpretar los mensajes del cuerpo. Un cuerpo atravesado de palabras. Y, hay que decirlo, en el trabajo con los analizantes, debemos tener opciones. Tampoco se trata de recostar a un sujeto y anclarse a una teoría que el mismo Freud subvertió. Acaso encontremos algunos analistas que usan las herramientas del dispositivo (el diván, el corte de sesión) como meras defensas propias; serían incapaz, por ejemplo, de volver a poner cara a cara a un analizante: bueno sería que sepamos intervenir desde múltiples registros. Tenemos la obligación ética de ser amplios; debemos no caer en fundamentalismos: lo contrario sería mera religiosidad. No caer en ese pozo oscuro es un modo de ser sensible con el ser que está sufriendo; de saberlo autónomo y responsable; esto es, sujeto y no objeto.

 

  

 


 
 
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